¡Que
no, Señor, que no quiero
vivir
la vida asomada
como
cuadro de museo
al
quicio de mi ventana!
Que
quiero salir afuera,
que
quiero sentir mi alma.
Que
a la vida hay que quererla,
sentirla, saborearla,
caminar
en su camino,
y
hasta sufrirla, ¡caramba!.
Que
la vida hay que sufrirla
para
poder valorarla.
Quien
no ha sufrido en la vida
no
tiene curtida el alma,
y
eso es tan necesario
como
el aire que nos calma
los
calores y sudores,
y
nos hace respirarla.
Que
también, amiga mía,
la
vida hay que respirarla,
porque
quien no la respira
no
sabrá nunca apreciarla.
Respirar
los sinsabores,
las
alegrías y la calma,
y
así llenar los pulmones
de
trocitos de esperanza.
No
desfallezcas, amiga,
si
la vida se te enfada,
porque
la vida está viva
y
también tiene su espada,
que
saca de vez en cuando
cuando
se siente frustrada.
Entonces,
lucha y no llores,
no hay
tiempo para llorarla;
que
la vida se te enfrenta
para
que aprendas a amarla.
Aunque
te resulte dura
la
senda que ella te traza,
camínala
sin dudarlo.
Si
en ella algo te espanta,
no
te acobardes, amiga,
y
mírala cara a cara;
que
la vida no es cobarde,
y
no quiere que tu hagas
lo
que hace el avestruz.
Por
eso, ella te demanda
que
levantes la cabeza
y
que grites, si hace falta.
¡Que
no, Señor, que no quiero
lo
que ahora tú me mandas!
Quiero
salir a la calle
y
gritar con toda el alma
que
Dios me puso en el mundo
para
algo más que mirar
la
vida por la ventana.
¿Que
hay otra vida? Sin duda.
PERO
ESTA HAY QUE APROVECHARLA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario